viernes, 3 de junio de 2011

El ramalazo de ira desequilibró mi capacidad de autocontrol; su respuesta extática, inesperada, me sobrepasó por completo.
Si solo hubiera sido cuestión de orgullo habría sido capaz de resistirme, pero la profunda vulnerabilidad de su repentina alegría rompió mi determinación, me desarmó. Mi mente se desconectó de mi cuerpo y le devolví el beso . Contra toda razón, mis labios se movieron con los suyos de un modo extraño, confuso, como jamás se habían movido antes, porque no tenía que ser cuidadosa con Jacob y desde luego, él no lo estaba siendo conmigo.
Mis dedos se afianzaron en su pelo, pero ahora para acercarlo a mí.
Lo sentía por todas partes. La luz incisiva del sol había vuelto mis párpados rojos, y el calor iba bien con el calor. Había ardor por doquier. No podía ver ni sentir nada que no fuera Jacob.
La pequeñísima parte de mi cerebro que conservaba la cordura empezó a hacer preguntas.
¿Por qué no detenía aquello? Peor aún, ¿por qué ni siquiera encontraba en mí misma el deseo de detenerlo? ¿Qué significaba el que no quisiera que Jacob parara? ¿Por qué mis manos, que colgaban de sus hombros, se deleitaban en lo amplios y fuertes que eran? ¿Por qué no sentía sus manos lo bastante cerca a pesar de que me aplastaban contra su cuerpo?
Las preguntas resultaban estúpidas, porque yo sabía la verdad: había estado mintiéndome a mí misma.
Jacob tenía razón. Había tenido razón todo el tiempo. Era más que un amigo para mí. Ese era el motivo porque el me resultaba tan difícil decirle adiós, porque estaba enamorada de él. También. Lo amaba mucho más de lo que debía, pero no tanto como para cambiar las cosas, sólo lo suficiente para hacernos aún más daño. Para hacerle mucho más daño del que ya le había hecho con anterioridad.
No me preocupé por nada más que no fuera su dolor. Yo me merecía cualquier pena que esto me causara. Esperaba además que fuera mucha. Esperaba sufrir de verdad.
En este momento, parecía como si nos hubiéramos convertido en una sola persona. Su dolor siempre había sido y siempre sería el mío y también su alegría ahora era mi alegría. Y sentía esa alegría, pero también que su felicidad era, de algún modo, dolor. Casi tangible, quemaba mi piel como si fuera ácido, una lenta tortura.
Por un larguísimo segundo, que parecía no acabarse nunca, un camino totalmente diferente se extendió ante los párpados de mis ojos colmados en lágrimas. Parecía que estuviera mirando a través del filtro de los pensamientos de Jacob, vi con exactitud lo que iba a abandonar, lo que este nuevo descubrimiento no me salvaría de perder. Pude ver a Charlie y Renée mezclados en un extraño collage con Billy y Sam en La Push. Pude ver el paso de los años y su significado, ya que el tiempo me hacía cambiar. Pude ver al enorme lobo cobrizo que amaba, siempre alzándose protector cuando lo necesitaba. En el más infinitesimal fragmento de ese segundo, vi las cabezas inclinadas de dos niños pequeños, de pelo negro, huyendo de mí en el bosque que me era tan familiar. Cuando desaparecieron, se llevaron el resto de la visión con ellos.
Y entonces, con absoluta nitidez, sentí cómo se escindía esa pequeña parte de mí a lo largo de una fisura de mi corazón y se desprendía del todo.
Los labios de Jacob todavía estaban donde antes habían estado los míos. Abrí los ojos y me estaba mirando, maravillado con cada detalle.
-Tengo que irme- susurró.
-No.
Sonrió, satisfecho por mi respuesta.
-No tardaré mucho- me prometió -, pero una cosa primero...
Se inclinó para besarme de nuevo y ya no había motivo para resistirse. ¿Qué sentido tenía?
Esta vez fue diferente. Sus manos se deslizaron con suavidad por mi rostro y sus labios cálidos fueron suaves, inesperadamente indecisos. Duró poco, y fue dulce, muy dulce.
Sus brazos se cerraron a mi alrededor y me abrazó con seguridad mientras me murmuraba al oido.
-Éste debería haber sido nuestro primer beso. Mejor tarde que nunca.
Contra su pecho, donde él no podía verme, mis lágrimas brotaron y se derramaron por mis mejillas. 

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